Antes de ser heladero y propietario de Umami, en la ciudad de Concepción (Chile), quería ser piloto de guerra, también físico y matemático. Cuando abandona su país, Venezuela, prueba con la cocina y la pastelería para, finalmente, llegar a la heladería. En 2022 abre su heladería en el interior de una casona colonial del siglo XIX. Un establecimiento que ocupa apenas siete metros cuadrados, sin sitio siquiera para una vitrina expositora. Pero incluso en este espacio mínimo, Jhoan Indriago ha logrado desarrollar una heladería de autor que nos habla de sus orígenes venezolanos y de helados que combinan sabores poco frecuentes en heladería. Ha logrado hacer de la necesidad virtud buscando permanentemente superar estas limitaciones de espacio a través del establecimiento de vínculos con su clientela, ya sea de forma presencial o virtual. Además, para suplir la falta de vitrina y llamar la atención de la gente, decora la fachada y el interior con la ilustración de una textura del helado que sustituye a la clásica vitrina a la vista. No en vano uno de sus objetivos es crear una comunidad fiel alrededor de la heladería con clientes que sientan como suyo el proyecto.
Su oferta varía todas las jornadas ya que los helados son frescos, de elaboración diaria. Hay muy pocos sabores fijos en la carta porque al menos el 60% de lo que elabora día a día es puntual. Entre sus superventas no pueden faltar el Plátano manjar, Pistacho con sal de mar, y Frutos del bosque en romero, vainilla y chocolate. Y entre los que representan más y mejor su trabajo se encuentran el Caramelo salado, Crema de lavanda, Chocolate suizo con almendras tostadas y saladas, Maní con sal de mar y caramelo, Frambuesas al romero y Naranja y zanahoria.
