Aprender a aprender ha sido una frase que ha hecho fortuna en la educación europea en los últimos años. Una doctrina que supera el ámbito de la docencia porque define una actitud ante la vida, la de quienes no están dispuestos a dejar de aprender nunca. Esta competencia para el aprendizaje permanente no se puede desarrollar sin la humildad de quien es consciente de lo mucho que le falta por aprender y sin una relación afectiva con lo que se quiere aprender. Porque la humildad y las emociones juegan un papel primordial para avanzar en el conocimiento.

Es muy difícil dar lo mejor de uno mismo si no se cuenta con una base afectiva como suelo fijo. Pasión, en definitiva, que permite levantarse por encima de lo que se supone que se tiene que hacer de ordinario para cumplir el expediente. La heladería no escapa a estas ideas. Cada número de la revista muestra los resultados de quienes se toman su trabajo con pasión. Y es que en este oficio también existe un número creciente de profesionales que no deja de aprender a aprender para ver la heladería como un juego, en el mejor sentido de la palabra. Son los que no quieren conformarse con la monotonía de un negocio que solo busca la rentabilidad a cualquier precio, los que siempre quieren mejorar un helado y una vitrina con los conocimientos disponibles, los que disfrutan dejándose llevar por la curiosidad y las ganas de aprender algo nuevo cada día. Porque la vinculación afectiva enciende la mecha de algo mágico que abre la posibilidad de disfrutar trabajando. Así se explica la búsqueda permanente de lo nuevo en Paral·lelo, donde ahora lanzan versiones sorprendentes de la stracciatella de toda la vida; la aportación constante de figuras como Jordi Puigvert y David Chamorro, puntas de lanza de la investigación en este país; la voluntad de llevar el porcentaje de fruta al máximo de intensidad en una receta de sorbete y helado, en Sweet Monkey de Javier Guillén; o de la bendita obsesión por personalizar las cubetas más elegantes, de Marcos Elías. Y por si esto fuera poco esta forma de trabajar divirtiéndose no solo deja poso en el sector, también tiene una traducción económica. Porque la diversión y la rentabilidad no son incompatibles.