A través de los reportajes de cada nuevo número de Arte Heladero pasamos revista al ideario que utilizan las heladerías para marcar perfil propio. Hasta no hace mucho, el abanico de temas en el que basaban su adn y definían su forma de entender el helado era muy recurrente, si los comparamos con otros sectores como la alta cocina. Lo habitual en heladería es que la máxima aspiración sea poner en valor el círculo virtuoso que establece el profesional con sus proveedores. No es poca cosa, la verdad, así que nada que objetar a una dinámica que también es útil para promocionar el tejido agrícola y los productos de la zona. Sin embargo, en un sector cada vez más amplio también sería bueno encontrar otras formas de presentarse al público y al resto de profesionales. Hoy es recomendable, si no necesario, proponer nuevos argumentos si tenemos en cuenta que nos encontramos en una sociedad avanzada, con consumidores cada vez más y mejor informados y una industria creativa. 

Este número certifica que existe cierta evolución pausada que pasa por situar la identidad de la heladería más allá de los valores de siempre, como la tradición, la artesanía y los productos de proximidad. Conceptos muy abiertos y que no aportan valor distintivo al establecimiento. En este contexto, tradicionalmente la personalidad del heladero había quedado relegada, cuando no oculta tras los valores de siempre. El prestigio profesional o su estilo propio nunca o casi nunca habían sido empleados como argumento de venta. Esto está cambiando. Los ejemplos son cada vez más frecuentes. El giro de los helados de Pyreneum para reflejar la trayectoria profesional y personal de Stéphane Orsoni, o la inspiración pastelera de Suau los helados soft de autor son pequeños botones de muestra de este nuevo rumbo. 

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