Durante demasiado tiempo sólo era posible pensar en la heladería que existía en los modelos de negocio tradicionales. La máxima aspiración profesional era llegar a tener todo el esplendor de una vitrina a granel o la ingravidez de un helado que no se caía cuando se le daba la vuelta. No se podía soñar con algo distinto. Pero la responsabilidad de una revista como Arte Heladero es la “irresponsabilidad” de hacer volar la imaginación, recorriendo los márgenes de lo que no es habitual para sorprender con conceptos de presentación originales y aplicaciones inesperadas del helado. De camino al juego y a la fantasía, a la creatividad y lo imaginable, se pueden encontrar los pasos de Arte Heladero. Una publicación que siempre reserva una cuota de sus contenidos a esa faceta del oficio, pero que no pierde de vista otras realidades más terrenales del sector. Porque si es importante hacer soñar al heladero para buscar la necesaria motivación y la superación profesional, también lo es mostrar con realismo el día a día del oficio. 

Este número es un buen ejemplo de esa doble vertiente que asume una revista como ésta, un escaparate de creatividad sin cortapisas y a la par un espejo del helado y de las heladerías que se pueden encontrar en cualquier  rincón de la geografía española. Arte Heladero 183 celebra la heladería que toma formas inusuales de la mano de Andrés Lara, Mario Masiá, de la perfección estética de Luca Bernardini, pero también de la realidad cotidiana de negocios bien plantados que tienen su propia personalidad, como Casa Mira Málaga, Arpège de Turquía, Pyreneum en el barrio barcelonés de Gracia y Casa Mira de Cádiz