Los modernos dicen que ya no van a la pastelería o panadería, que ahora van a la bakery. Hay que reconocer que la panadería está haciendo su plan renove con éxito. Los nuevos negocios que van apareciendo, no nos referimos a los del croissant a 50 céntimos, hacen especial hincapié en la calidad de sus productos y en su artesanía, y además son espacios agradables, con un cuidado interiorismo, y que invitan a entrar y degustar. Y el público está respondiendo positivamente ante una oferta que no sólo vive de pan sino que poco a poco se amplía hacia especialidades tradicionalmente más vinculadas a la pastelería. Frescura, luz, buen gusto y un claro aire actual.

Y la pastelería va algo más rezagada. Persiste en muchos casos una estética recargada y una idea del lujo que el consumidor de hoy no entiende como signo de distinción sino como algo trasnochado. Esto es aplicable tanto al mobiliario y al interiorismo general del local como al packaging. Hay ejemplos que contradicen lo anterior y que todos tenemos en mente. Hay otros ejemplos que han hecho del lujo su esencia y que por su ubicación y características generales está plenamente justificados. Y finalmente hay otros casos que se han quedado anclados en una época en la que los dorados, los espejos y los mármoles podían ser “trending”. Hoy ya no.

El verdadero lujo de una pastelería artesana está en su producto, en su manera de hacer, en su carácter artesano y en su singularidad. Pero el “envoltorio” también cuenta, y mucho. “Es muy importante para mí que exista una simbiosis entre local y producto, de manera que se pueda entender correctamente la idea que quiero transmitir”. Son palabras de Lluís Pérez, quien acaba de abrir en Palma de Mallorca una pastelería que ejemplifica muy bien lo que queremos decir, y cuyo reportaje incluimos en este mismo número. Actualidad y frescura. Y por supuesto, el mejor producto de la zona. Y redes sociales para saber qué piensa el cliente. Es la pastelería 2.0.

Editorial Dulcypas #436