Maneras de entender la pastelería hay muchas, tantas probablemente como establecimientos existen. Cada uno hace su camino lo mejor que sabe o puede, siempre en función de su entorno, de sus circunstancias y de sus posibilidades. No hay por tanto una fórmula única que garantice el éxito, ni en cuanto a la facturación del negocio ni mucho menos en cuanto a la satisfacción de la clientela. No obstante, después de conocer de cerca la realidad de numerosas pastelerías nos atrevemos a describir cómo podría ser el modelo o prototipo de la pastelería ideal, o al menos cuáles son las características que en nuestra opinión debería tener.
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1. Un producto especial. El cliente que decide entrar en una pastelería sin duda busca un producto exclusivo, especial, personal y diferente. Un producto estándar ya lo ofrece la industria en el supermercado y probablemente más barato. Aquí es donde entran en juego las herramientas artesanas, la posibilidad de personalización, el cada vez más valorado concepto del “recién hecho”, la frescura…
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2. Un local acorde al producto. No se trata necesariamente de diseño, ni lujo, ni nobleza en los materiales, aunque sí de cierto buen gusto, ambiente agradable y una adecuada exposición de lo más importante, el producto.
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3. Servicio profesional y amable. En la medida en la que el producto pastelero artesano es especial, necesita ser explicado. El cliente debe saber que el chocolate de la tarta que se lleva a casa es noble, que la nata es nata, que nuestra bollería es natural y se elabora con la mejor mantequilla.
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4. Un equipo motivado. Yann Duytsche cuenta que algunos clientes le dicen, “se nota en el producto que os lo pasáis bien aquí”. Un equipo de profesionales bien considerado y valorado, con los medios necesarios para trabajar a gusto y que se sienta orgullosamente partícipe de todo lo que allí ocurre, acostumbra a incidir positivamente en lo que sale del obrador hacia la vitrina.
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5. Un público sensible. El perfil del cliente termina siendo la consecuencia de los cuatro puntos anteriores. Cuando el producto es especial, el local invita a entrar, el servicio es amable y el personal transmite buen rollo, el público es receptivo a todo aquello que se le ofrece. Targarona en Igualada, Crujiente en Redován (Alicante), Dolç en Sant Cugat del Vallès (Barcelona), Glea en Murcia, Dalúa en Elche, Tugues en Lleida… y muchos otros demuestran cada día la viabilidad de ese prototipo. Es solo un camino.
Editorial de Dulcypas #453 [ consulta el sumario ]